Susurros de un Ángel
El despertador suena como un día más, pero para mí no lo
es. Es nuestro aniversario.
Me desperezo poco a poco y miro el techo, donde dibujamos
mentalmente nuestros sueños, proyectos de futuro y demás cosas que quedarán en
el olvido.
Salgo de la cama y me envuelvo en la bata de seda,
aquella de color zafiro que me regalaste hace un par de años. Anudo el lazo con
desgana y calzo mis pies con unas zapatillas infantiles.
El pasillo vacío me devuelve el eco de mis pisadas,
haciendo más evidente mi soledad en esta casa a las afueras de Londres donde
planeamos vivir un día rodeados de niños y tal vez de un labrador color
chocolate.
La cocina me recibe con su fría encimera y la tibieza que
desprende el horno. De madrugada recordé nuestra tradición de las tartas y no
pude evitar salir corriendo a hornear un ejemplar de magníficas manzanas, Rosa
me las vendió hace poco y tienen un dulzor exquisito.
Mi teléfono móvil vibra, en días como hoy Adelaida,
nuestra única hija, se muestra más cercana e intenta hacernos sentir que no
estamos solos, pero sé que es una mentira piadosa que lucha por salir de su
garganta, aun cuando sabe que odio escuchar cosas que no son ciertas.
Alargo la mano y me hago con el artilugio, tengo un
mensaje de ella, donde propone venir con Jaime a tomar tarta hoy a las cuatro.
No me agrada la idea, ella se sentirá incomoda, y Jaime
también lo estará, es un chico estupendo pero le cuesta entender que su novia
tiene una madre algo mayor y con problemas que nadie salvo tú y yo comprendemos.
Además me niego a compartir con nadie más que no seas tú el amor de un día como
hoy, Adelaida me entendería si tuviera el valor de explicárselo. Pero al
contrario de lo que pasa por mi mente le contesto con palabras entusiastas que
ella no creerá, pero a las cuatro de forma totalmente puntual estarán aquí para
celebrar con nosotros algo demasiado íntimo.
La tarta me sonríe en la encimera, invitándome a echarme
a llorar y recordar viejos tiempos que no volverán, pero tú siempre me proteges
de las estupideces. Siempre fuiste algo estricto referente a la expresión de
sentimientos negativos. Si no hay nada
bueno que decir, no lo digas. Solías decir cuando me acercaba con una carta
de hacienda en las manos, o tal vez un vestido de la pequeña manchado de barro.
Chasqueo la lengua y me miro en el reflejo de los
cristales de la puerta del jardín, mis ojos vidriosos delatan todo lo que pasa
por mi cabeza, pero debo serenarme, tengo invitados a las cuatro.
Entro en nuestro dormitorio y abro el segundo cajón, al
fondo, en el rincón derecho, envuelto en camisones escondo unas cartas llenas
de amor e ilusiones infantiles, tales días como hoy las leo en mi cama, apoyada
en tu almohada y respirando el aroma a puros que el tiempo ha impregnado a la
estancia.
Comprenderá usted que por mi cabeza pasen algunas ensoñaciones que una
señorita no debería ni mencionar cuando hace esas aclaraciones.
Te decía cuando insinuabas algo relacionado con mi
belleza y mis carnosos labios.
No deja usted de ser una señorita respetable por imaginar lo que deseo
desde que me encontré frente a sus ojos caramelo. Me gustaría enseñarla a tocar
el piano ¿Querría?
Siempre fuiste un músico excelente y aprovechabas tus
dotes para impresionarme con obras
hermosas que interpretabas solo para mí.
Mientras solo lo imagine señor, no habrá problema alguno…
Debería saber usted que soy una negada para la música, no llevo el ritmo y
no me gustaría hacerle perder su preciado tiempo.
Te contestaba yo en una de mis cartas, querías enseñarme
a tocar tu instrumento, y eso era algo que solo tú sabías hacer con tal
maestría.
Señorita, si alguna vez la veo pasar y vuelve a coquetearme puede que pase
de mis imaginaciones a una realidad contundente, y sinceramente no creo que le
disgustara a usted, bella dama.
¿Negada para la música? Lo único que necesita usted es un buen maestro. Y
en caso de que no lo encuentre, perder el tiempo con usted no sería para mí
perder el tiempo.
Guardo los sobres una vez leídas las frases que se han
marcado en mi mente tras leerlas tantas veces que podría recitarlas y sentir lo
mismo que la primera vez que las leí.
El día está un poco frío, el cielo está nuboso. Las nubes son los soplos del señor que nos
llevarán al cielo cuando nos llegue nuestro momento. Me decías cuando miraba
con el ceño fruncido el cielo encapotado, tal y como lo hago ahora.
Me siento en el sofá y enciendo la calefacción mientras
me tapo con una manta de lana, luego miro la estantería y el libro que descansa
en la mesa. Lo estuve leyendo ayer antes de irme a dormir.
Susurros de un ángel fue una novela que escribí en
mis buenos años, cuando Adelaida era una cría de ojos verdes como tú y trenzas
rubias como yo. Recuerdo que correteaba de un lado para otro cuando cogía la
máquina de escribir, no le gustaba ese cacharro, decía que era un monstruo que
le robaba a su mamá, entonces yo le daba un beso en la frente y le decía que no
era así, que era un instrumento que servía para hacer dibujos con palabras en
las que dibujaba a un ángel tan hermoso como ella.
Te gustaba verme teclear, sonreías mientras pasabas las
horas muertas sentado junto a mí, fumando puros o bebiendo café mientras tu
lenta respiración me inspiraba para seguir escribiendo una historia tan hermosa
como la nuestra.
Con manos temblorosas la busco en el arcón de madera
oscura y comienzo a teclear de nuevo, mientras en mi corazón algo se acciona y
me recuerdo que aunque tú ya no estés a mi lado mientras escriba esta historia,
seguirás sonriendo al verme, donde quiera que estés.
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