Al fin la ola del olvido lame poco a poco la orilla de los recuerdos, borrando las pisadas de ayer, los restos de cristales rotos de aquella ventana que un día cerraste con un golpe seco.
Y estoy feliz, contenta, orgullosa de mi misma. Me siento como el niño que consigue volar la cometa con la que ha estado peleando una hora para que despegue del suelo.
Después del tiempo malgastado pidiendo que las cosas cambiaran, poder recuperar lo nuestro, poder arreglarlo todo o ya incluso poder olvidarlo para así descansar, me he dado cuenta de que el camino era más sencillo que todo eso, menos complicado, más cercano. El camino era simplemente cerrar los ojos.
No te he olvidado, lo sé. No he olvidado esa pequeña historia que nos unió. No creo que pueda olvidarlo algún día. Simplemente lo he aceptado. Las cosas no son como queremos que sean y no podemos quedarnos atascados en el momento en que los caminos se tuercen en la dirección que no queremos. Si no puedes vencerlo, únete a él. Pues eso es lo que he hecho, lo que al final decidí hacer como última opción. Dejar correr todo como lo hizo él. Mirar en otra dirección, quizás a un futuro menos negro. Quizás gris. O con rayas de un blanco prometedor. Tengo metas nuevas. Estoy feliz por miles de razones, pero sobre todas, porque he comprendido que no te necesito para serlo.

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